AMLO, Historia, México, Oposición

El niño del tambor

Si no quieres repetir el pasado, estúdialo.

Spinoza.

La política mexicana fue relativamente fácil de entender hasta el 2018, antes nada cambiaba, se vivía entre la simulación y el gatopardismo. A partir de la llegada de López Obrador, el PRI, el PAN y el PRD implosionaron y cambió todo el sistema de partidos e instituciones. Esto significa que, para entender el momento actual, se debe comenzar casi desde cero, y si no desde cero, sí hay que volver a comenzar.

Los cambios políticos y sociales de los cuatro últimos años son crueles para el entendimiento de niñatos que se niegan a asimilar un México nuevo y distinto.

Todo empezó con una maqueta de aeropuerto: un día se les dijo que ese capricho suyo no se haría, que su juego de “pretender” ser primermundistas no incluía comprometer el erario futuro, años antes de que empezara su construcción se les dijo que no lo hicieran, que era insostenible, que si lo hacían se les quitaría, no lo creyeron. Acostumbrados a hacer lo que se les pega la gana lo iniciaron, en su juego de terquedad obviaron todos los datos que les decían que ecológica, económica y técnicamente, su operación -en caso de que fuera construido- desembocaría en riesgos ambientales y financieros inaceptables para el país. Pues pasó, lo iniciaron, cambió el gobierno, se los quitó. Recomiendo la lectura de “La cancelación” de Jiménez Espriú, el sólo prólogo ya es suficiente para entender el desastre que se avecinaba.

Su chifladura, en esta ocasión, se quedó en una seductora maqueta que al no realizarse, y ciegos a las razones, provocó algo similar a un efecto de síndrome de Peter Pan: afloró una gran inmadurez emocional en su edad adulta que -cuatro años después- no pueden controlar.

México cambió en muchas cosas, sigue en un proceso de reformas económico, político y social y la oposición se mantiene en una infantil pataleta.

Después de la maqueta siguieron leyes, llanto otra vez; fin a negocios y componendas que saqueaban el presupuesto público, gritos y maldiciones; redistribución del ingreso favoreciendo las necesidades más básicas de la población vulnerable, rabietas y conductas desafiantes; Aeropuerto, Refinería y Carreteras concluidos (no maquetas), vinieron los golpes y mordeduras.

El problema  es que les educaron para creer que élite económica y política significaba ser el centro del universo y que  per saecula seculorum obtendrían lo que desearan de manera inmediata; de ahí la frustración, de ahí su decisión de no madurar e incorporarse a un mundo de adultos que construye un nuevo país.

Vivieron acostumbrados a contarse y creerse sus propias historias, para validar su saqueo preparaban una narrativa de “conveniencia” pública, la transmitían en sus medios de comunicación a través de sus locutores, periodistas, intelectuales (sic), que dinero de por medio repetían lo que fuera necesario para fundamentar la rapiña a la que sometieron a México durante décadas; qué otra cosa si no es el fobaproa, la venta de empresas públicas, las concesiones de minas, el desmantelamiento de PEMEX, CFE y –en general- la industria energética; la destrucción para su privatización de los sistemas de salud y educación; el contubernio con el narcotráfico. Sí, qué difícil debe ser que se les haya acabado el poder de decisión para acabar con el país pero, ¿nos importa? No, que lloren y que pataleen si es lo que quieren.

Hay un excelente libro de Gunther Grass que llevó al cine Volker Schlöndorf en 1978: “El tambor de hojalata”. La historia relata la vida de Oscar, un niño que vive durante la época de la Segunda Guerra Mundial y que a los 3 años deja de crecer, su cuerpo deja de crecer pero su mente no. La trama es compleja, macabra, extraordinaria; sirva mencionarla por dos cosas: una, es que éste Oscar acaba en un hospital psiquiátrico a los 29 años, y dos, que me hizo pensar en el trauma tan fuerte con que va cargando la oposición mexicana al tener cuerpo de adultos y comportamiento infantil.

Teóricamente, uno de los umbrales que marca el paso a la edad adulta es la aceptación de responsabilidades cívicas y la participación en la vida pública. En un mundo sano, ser adulto equivale, en buena medida, a ser ciudadano. Los opositores mexicanos, en su sustracción al debate de ideas y al acompañamiento (de preferencia crítico pero sustentado) a las políticas públicas nuevas -distintas a las que se construyeron en su propio beneficio- gamberrean el significado de ciudadanía, de alguna manera se presentan como extranjeros frente al resto de mexicanos.

¿Qué hacemos? ¿Procuramos incorporarlos a la discusión pública o los dejamos fuera? ¿Seguimos viendo cómo se dan topes de pared a cada elección en que pierden o les anticipamos poco a poco que el próximo año perderán también el Estado de México y Coahuila para que lo vayan aceptando? ¿Les contamos lo que dicen todas las encuestas y escenarios futuros del 2024 o preparamos las cámaras para filmarlos mientras escupan su rabia?

Con todo lo anterior, hay que decir que la situación es más compleja que sólo verlos emberrinchados, en términos generacionales representan a un grupo con una descendencia y un entorno que bien puede aprender del mismo embrutecimiento clasista y negacionista de sus padres. Nos enfrentamos a la tarea ética infinita de no ceder y cuidar el proceso de transformación en el que estamos envueltos porque con estos de mentalidad novata y bisoña no contamos, y a mi parecer ni contaremos.

Cambiemos de perspectiva y observemos las cosas desde el otro lado ¿qué están viendo ellos?: realidad y espíritu; un sumario de hechos, políticas y formas nuevas acompañadas de un ánimo y un “por qué” que no pueden entender, saben que hay una complejidad cultural y un aglutinante social que no alcanzan a concebir en su individualismo egoísta.

Mejor que se llore en su mundo feliz y no en el nuestro real.

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3 comentarios en “El niño del tambor

  1. Gaspar dijo:

    Dos clases de personas viviendo un mundo distinto en el mismo tiempo, los que queremos construir un mejor país para todos y los que quieren destruir porque no saben ni quieren incluir a todos.

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  2. Se quedaron con su creencia de que nunca cambiarán las cosas, infantes berrinchudos e inmaduros, acostumbrados a ser la élite, hoy son una caricatura grotesca que muestra la inmadurez de estos juniors acostumbrados a obtener fácilmente todo lo deseado. Desafortunadamente esos tiempos pasaron y hoy añoran y gimen que tiempos aquellos señor don Simón. México ya despertó y los admiradores de Porfirio Díaz hoy berrean y patalean desesperados, se niegan aceptar la nueva realidad. Desafortunadamente también representan un lastre social que urge desprender. Si no desean madurar allá ellos.

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  3. Alberto barros dijo:

    Ante una sociedad dividida por lo que les dice por un lado los medios de comunicación tradicionales y por el otro la gente que ya se hartó del modus vivendi de los políticos corruptos y prensa vendida, esa misma gente que juntos lograron 30 millones de votos para cambiar y hacer valer esa democracia, ahora que un solo hombre nos abrió los ojos de toda la corrupción qué hay en las pasadas administraciones, nuestra misión es hacer que esa podredumbre de políticos no regresen al poder.

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