Hace un año yo pensaba: ¡finalmente se van! Y se fueron.
Evaluar los resultados de un año de gobierno en un país como México en donde la burocracia y las instituciones son como elefantes me parece un ejercicio inútil y que raya en lo imposible. Creo que dos años será un tiempo más justo para hacerlo por mi parte.
La 4T se presentó como un proyecto de transformación en México a manera de algunos otros que ha vivido México, a decir del presidente Andrés Manuel: la Independencia, la Reforma y la Revolución. Atenidos a este discurso, nadie podría pensar que una nueva transformación sería indolora, tersa o gatopardista; necesariamente tendría que ser una que derribe mitos, formas, sería por naturaleza una que incomode y que desobedezca discursos tradicionales. Y así ha sido.
Esta transformación, en su visibilidad permite destacar algunos momentos, estos sí con intención fundacional o que han expuesto formas fundamentales de ser de muchos mexicanos. Entre los primeros me refiero a «La austeridad», «El combate a la corrupción», «El gobierno de leales al país», «La recuperación de la historia y de la tradición de asilo», «Relación con los medios y libertad de expresión» Y destaco dos de las expresiones que se exhibieron ante el embate del triunfo de este movimiento de la 4T: «La oposición insustancial» y «El clasismo»
No tengo duda que la austeridad, el combate a la corrupción y el gobierno de leales al país se mezclan, cada acto de gobierno en donde se ha planteado una postura o una política al respecto implica la conjunción en distintas formas de estas tres fuentes, ejemplos habría muchos: guarderías, medicinas en hospitales, huachicól, facturación falsa, perdón fiscal, narcotráfico, salarios y prerrogativas insostenibles en el poder público federal, estatal y municipal. En cada uno de estos casos se ataca una fuente de saqueo descarado e insultante de bienes del país que se vivía como una situación normalizada, aceptada a conveniencia y que fue escalando gobierno tras gobierno en los últimos 50 años y de manera brutal en los últimos treinta. Las formas del gobierno han sido duras, cierres inmediatos, despidos, reducciones de gastos, cero tolerancia, inmediatez en la aplicación de nuevas normas; y por su parte la reacción ante las medidas ha sido descalificatoria, por cinismo en muy buena parte pero, y no es menor, porque se asume por los afectados que eran derechos adquiridos, pagos de cuatitud que se pensaban eternos, privilegios por ser parte de un engrane de latrocinio histórico que olvidó que el país somos todos, 120 millones de personas, y que la función pública es para servir y no servirse. Hace un año empezamos a dejar de vivir en un país de insultante opulencia gubernamental, de descaro e impunidad; digo empezamos porque será una larga tarea de cambio. Y este modo delincuencial de la instancia pública se conjuntó con la rapacidad privada en donde se mezclaron papeles que dejaron a un lado cualquier ética social y que en clara simbiosis se alimentaba vía contratos, dádivas, bonos, concesiones y un claro desmantelamiento de bienes públicos, así la educación, la energía, el campo y la banca entre otros. Y no a través de un proyecto de Nación del que emanara el que así se actuara sino a través de la simple idea de enriquecerse ambos, funcionarios y privados. Se conformó un gobierno e instituciones no en beneficio de las mayorías sino en el de unos cuántos. Y hoy en el desmontaje de tales guisas las respuestas de quienes se oponen han sido de igual manera duras pero aquí además peligrosas y con un fuerte tufo de traición y de que están dispuestos a defender hasta la ignominia y con acciones criminales ese «mundo» al que les gusta asumir que tienen derecho.
Respecto a la recuperación de la historia me parece muy interesante que ante un Presidente que es profundo conocedor de ella se han quedado sin palabras y discurso los hablantines que dominaron la escena «intelectual» del mismo periodo de los últimos 30 años a que me referí; de aquellos que copaban las publicaciones, columnas, editoriales, programas, mesas redondas, becas y demás y que fueron parte de ese modelo de corrupción en que el gobierno, que no el estado, patrocinaba sus fechorías de disque pensantes a la manera de «pago para que no me pegues». Creo que este proceso de recuperación histórica será un largo proceso casi generacional; la estupidización del discurso creado es abisal y ha permeado de manera muy importante en un sector de mediana cuantía en el país.
La recuperación de la tradición de asilo en el acto relacionado con el boliviano Evo Morales es de una implicación que poco se entiende por algunos, más allá de la persona, de sus ideas o de sus razones; mete a México en el internacionalismo del que suponían se hacía solo si era a bordo de un gran avión de «uso privado» pagado con recursos públicos, acompañado de séquito de maquillistas, peinadores, familia y mascotas.
La oposición insustancial: me llama la atención pero haciendo algún análisis retrospectivo era de esperarse. Un año después de su tremenda derrota ( y no solo moral como bien les ha dicho el Presidente) no han podido crear un tema, un relato que explique su oposición más allá que no sea el del privilegio perdido; los que perdieron concesiones, los que perdieron aviadurías, los que no pudieron continuar ordeñando las arcas, los intrascendentes de hoy que han vivido por mucho tiempo a costa de erario público, los que nunca han tenido mayor empatía por los demás, los que han perdido presupuestos públicos (partidos, medios, editoriales entre otros), los dolidos porque su opción política se diluye en el escarnio y verguenza pública día a día, los que con mínimos conocimientos siguen la línea de pensamiento que les marca el meme, el influencer, el discurso clasista y racista y sus ídolos de papel que se arruga minuto a minuto. Una oposición que entre sus personeros y gurús tiene a expresidentes de historial de corrupción, ignorancia y genocidio, a líderes corruptos de partidos que se reducen en cada elección, a enanos mentales y a traidores al país; eso es lo que hay, una oposicioncita que organiza marchitas (por número pero sobre todo por sustancia, en las que eventualmente podrán juntar personas pero no ideas) y que es la repetición histórica de los que siempre se enfrentaron a las grandes transformaciones de México, son los polkos de mediados de siglo XIX, los Zavala de Texas, los Victoriano Huerta, los Mejía y Miramón, son la misma basura que se repite cíclicamente.
El alumbramiento del clasismo es el elemento más peligroso en la conformación del país; ante un nuevo paradigma de redistribución económica se avivó la llama clasista. En parte de la oposición, parte muy importante y casi generalizada pero el fenómeno es más amplio que eso; es esa forma que siempre ha estado lastimando y odiando pero que hoy lo hace de manera exhibida, orgullosa de sí misma, por tener, por la piel, por el lenguaje, por la escolaridad, por la creencia; por lo que sea, no hace falta elaborar mucho para entender que es un México que aspira a que nos invadan , a que nos dividan, a que nos separen las posiciones económicas; es ese México que no conoce y nunca interiorizó la igualdad y la fraternidad. Esos que se suponen más que el otro y que hoy ante un Presidente al que ven distinto y menospreciable porque no es de «los de ellos»; esos que por teñirse el pelo de rubio, blanquearse y usar cualquier parafernalia aspiracional, por ser «descendientes» de europeos (*dicere amentes), esos son el real peligro capaz de vender a cualquiera por su propio bienestar, esos son los que se oponen a derechos para todos porque esa otra parte, casi siempre pobres, mujeres e indígenas, debe estar solo para servirles.
Hay dos elementos que me preocupan en esta 4T, uno que de no corregirse puede dañar el devenir del sexenio, otro que de no corregirse puede dañar el devenir de las siguientes generaciones; mi deseo es que se corrijan y pugnaré porque así se haga, me reservo el explicar a qué dos elementos me refiero, prefiero que las hienas, chacales y demás carroñeros busquen su propio alimento. Hoy estamos, los que votamos y apoyamos la 4T, en la necesidad de cuidar al Presidente y sus actos de gobierno, de deslindarnos claramente de la ignorancia e irresponsabilidad de quienes apuestan al hundimiento de este gobierno, es hora de marcar diferencias entre los que desean un retorno al mundo de privilegios para unos cuántos y los que creemos en un México mejor; de los que a conveniencia permanecen en un limbo olvidando que en la situación mexicana de hoy los indecisos e indiferentes son fascistas en potencia.
Ya habrá tiempo de juzgar resultados.