A la Verónica de nuestra playa.
Oscuro y lechoso de alba y mar estática
en tanto dentelladas de oculto oleaje,
horadan largas piedras que inertes yacen
bajo pies escondidos de acariciarlas.
Sobre la piedra que quema, piedra y yo
sobre el agua la luna agotada y tú
duermes, los naranjas optan encender
brisas suaves de inaugurantes canículas.
Naturaleza trastornada que perturbante conmueve
en nocturnas tormentas de recio calor, agua y chamanes
como ayer todos los días, sutiles preparan la escurriente
luz que disimula suspiros de soplo rojo y aguafuertes
se tiende el sol y desnudamos emancipados anhelos
la oración matutina desvestimos sin guardar recelo
naciente contraluz que libre asoma penetrados cuerpos.
Amanece con lienzos teñidos que
inacabados dibujan largas puertas
recorren hasta el perfil de tu abertura
hasta estacionar su estruendo en tu cascada.
El arenal de cuerpos y caracoles
torcido sablón que cálido acompaña
al enjuagar de la piel nuestra salmuera
tu balanceante rabel en mi mirada.
La calle adoquinada transcurre descalza y luminosa
ruido y fuego, tendajones que ofrendan hartas mercancías
pieles ardidas de color grana en pequeña indumentaria
bulla y luces oscuras adornan ruidosos danzarines
nocturnidad que antecede el ritmo de sensuales afines
ellas y nosotros, fornicantes jácaras amorosas
con ellos corazón de la lujuriosa humedad del ponto.
Y tanto amanecer oscuro y en silencio.